09 Ene Qué hago con mi basura: 8 pasos para reducirla
«Va a cambiar la década». La ficha me cayó los primeros días de diciembre pasado. No fue una década cualquiera: me mudé por primera vez, habité otro barrio y otra casa. Aprendí de convivencia, cuentas a pagar, cocina, plantas y tanto más.
Conocí a muchas personas. Llegaron nuevos amigos, pasé por varios trabajos, viajé, leí mucho. Y, claro, comencé este blog que es un retrato cálido y caótico de todo lo que aprendí en materia ambiental en estos 10 años.
Me parece justo comenzar la nueva década con un logro de 2019 que cristaliza una parte de mi constante inquietud hacia cómo la propia vida puede impactar en el entorno y cómo ser más justos en un mundo que nos pide a gritos que entendamos que somo uno con él.
Qué hacer con mi basura, la pregunta de siempre
En 2017 me percaté que había dejado de usar al menos 10 productos. Les fui encontrando reemplazos naturales, reutilizables o bien comprendí que no los necesitaba en verdad.
En 2018 volví a compostar y, complementándolo con el sistema de recolección de reciclables de mi barrio, eso me permitió reducir mucho la basura que generaba. Mucho, en verdad.
En 2019 decidí mejorar varios de estos hábitos que ya venía implementando. La meta que me propuse fue clara: que la «basura» que generara fuera la menor cantidad posible. Hoy que el plazo concluyó puedo asegurar felizmente ¡que lo he logrado!
Gracias al reciclar, compostar y consumir a consciencia saco la basura apenas una vez por semana o, a veces, incluso, cada 10 o más días.
Puede parecer algo menor en este año en que la crisis climática ha irrumpido como un tema de actualidad, rompiendo los cercos mediáticos. Cada vez entendemos mejor que vivimos en un contexto crítico en el que debemos escalar la apuesta, apostar a lo colectivo y exigir medidas concretas y efectivas a gobiernos y empresas. Necesitamos acciones grandes para grandes y rápidos resultados.
Las tristes noticias de los últimos meses (incendios en Amazonía y Australia, sólo por mencionar los más resonantes) impulsan la consciencia social sobre el tema. Sin embargo, los hábitos cotidianos -por muy pequeños y de poco impacto que puedan parecer tener- también suman a la causa y a la solución.
Trabajar en qué hacer con la basura, por ejemplo, es la mejor forma de dar la conversación y mostrar otra forma posible de hacer las cosas, una más empática, más sencilla y más considerada con el planeta y el resto de sus habitantes.
Para reflexionar sobre mis propias costumbres, en mayo empecé a anotar qué cantidad de residuos generaba.
Gracias al registro pude estimar que mi pareja y yo enviamos a relleno sanitario 13 kilos de basura en los últimos 8 meses, trabajando ambos desde casa. Incluso Santiago comercializa mercadería y usa embalajes por lo que este resultado es muy meritorio.
Me parece un gran número y más cuando pienso que en Argentina se calcula que se produce un kilo de basura por persona por día. Tan lindo logro me hace querer contarles cómo pude lograrlo.
No se trata de una receta infalible ni de alardear de un resultado que jamás será perfecto (pues vivimos en el sistema capitalista y eso ya nos juega en contra). Sólo quiero contarles mi experiencia por si los inspira a encontrar sus propias formas de repensar qué hacer con la basura (y por ende, con el consumo) y cómo vivir sin cargarle al planeta más peso del que ya tiene.
Qué hacer con los residuos orgánicos
Desde que conocí la magia del compostaje han pasado muchos años. Me ha salido bien, no tanto y hasta lo abandoné por mucho tiempo. Hasta que en 2018 fui arrimándome nuevamente a esta práctica clave para responder «qué hacer con los residuos».
Este último tiempo también conocí el compost comunitario que hacían lxs chicxs de Más Oxígeno frente a su oficina, muy cerca de donde yo vivía, y eso fue clave. Entre la compostera del depto y el comunitario fui manejando mis residuos orgánicos (yerba, restos de fruta y verdura, cáscara de huevos).
Como me ocurre que en el patio de la casa proliferan mucho las moscas de fruta, poder alternar entre las dos opciones ha sido muy bueno. Miren que he probado todo para controlarlas, muchas veces he tenido que dejar el compost a medio madurar en algún terreno lindero a las vías del tren porque la situación ya era incontrolable.
Cuando digo que probé todo, digo todo: equilibrar los materiales «marrones» (papel, cartón, hojas secas, tierra); airear más, dejar todo bien cubierto, poner menos cáscaras de frutas y echar cenizas.
Hasta ahora las moscas ganaron la mayoría de las veces. Sin embargo, no pienso desistir. Más ahora que en estos últimos 8 meses logré que:
34,700 kg de orgánicos convertidos en tierra fértil en vez de ir a un relleno sanitario.
Esta vez apliqué eso de dejar los orgánicos en un recipiente cerrado y en la heladera (para que no fermentara) e ir pasándolos al compost semanalmente.
Compostar es una de mis formas de reconectar con los ciclos de la vida y encontrar la mejor solución a la pregunta «qué hacer con los residuos». La clave es animarse.
Qué hacer con los Residuos Electrónicos, eléctricos y las pilas
Me arriesgaría a decir que todos tenemos en nuestra casa un cajón lleno de aparatos en desuso -sean controles remotos de teles que ya no tenemos, discman, radios viejas e ítems aún más viejos-, cables que no sabemos qué conectan y, claro, algunas baterías y pilas que han cumplido su misión hace tiempo.
En fin, si vos no tenés uno, debo confesar que yo sí lo tenía. Pero este año en el que por varios meses hice una purga de cosas fueron muchos los artículos que pude dejar en el canasto que el Municipio tiene para los RAEE.
Estimo 5 kg de aparatos y pilas fueron puestos para su reciclaje.
Estos puntos de acopio están en pocos lugares y no siempre quedan cercanos. En mi caso, aprovechaba cuando iba a ir para la zona donde sabía había uno y, de pasada, los llevaba.
Es cierto que muchos RAEE son voluminosos y no todxs tienen medios de transporte en que llevarlos al punto de acopio (en caso el municipio lo ofrezca, siquiera).
En esos casos creo que habría que hacer el descargo en las redes sociales del municipio -creo es la opción más práctica-. Así se deja constancia de que existe una necesidad insatisfecha. Sólo haciéndonos oír podremos, tarde o temprano, lograr una gestión adecuada de estos aparatos y pilas que son altamente nocivos para el medio ambiente si no son tratados adecuadamente.
Qué hacer con los residuos plásticos que no se reciclan: ecoladrillos o botellas de amor
Los ecoladrillos han sabido ser un tema polémico. Hace muchos años los comencé a hacer compactando con ayuda de alguna varilla o palo todos los plásticos dentro.
El siguiente paso era esperar que alguna persona u organización hiciera colecta para poder acercarlos y que fueran usados como «ladrillos» para construir paredes de invernaderos, pisos, etc.
Era muy difícil encontrar dónde llevarlas y ocurrió que los ecoladrillos empezaron a quedar arrumbados esperando mejor suerte.
Muchxs colegas ambientalistas también los cuestionaron por ser una «solución a medias», que sólo patea el problema hacia adelante. Era cierto: el ecoladrillo sólo reutiliza la basura de un sistema que esconde todo bajo la alfombra.
Los ecoladrillos o botellas de amor son botellas en las que se pone dentro envoltorios plásticos de golosinas, fideos, galletitas, etc, y todos aquellos que sabemos no son reciclados en Argentina. Suelen ser los plásticos que no están clasificados con número o bien los que tienen los números más altos -5, 6, 7-.
¿Está bien o mal hacerlos? Es todo una disyuntiva. Claro que primero habría que evitar comprar comida o cualquier cosa envuelta en plástico no reciclable pero, ¿qué hacer cuando inevitablemente ese material caía en nuestras manos?
En 2019 supe que las botellas de amor eran más requeridas pues todos los plásticos que ponemos en ellas llegan a una empresa en el Gran Buenos Aires que fabrica «eco madera» -es decir, madera plástica-.
Nuevamente, el plástico no desaparece del planeta pero tampoco como ciudadanos y consumidores tenemos la culpa de que el mercado los use. Por eso comencé a hacer ecoladrillos o botellas de amor y pude llevarlas al Punto Verde de CABA más cercano donde, desde noviembre pasado, las reciben.
No es perfecto, pero es mucho mejor que saber que quedará por siempre en un relleno sanitario. Así es que entre las botellas viejas y las de ahora estimo que:
Envié 2 kg de plásticos compactados en ecoladrillos para convertirse en madera plástica.
Qué hacer con lo que ya no uso: recircular o vender
Siempre le puse mucha garra a hacer limpiezas periódicas de placares y armarios. Cuando miro en perspectiva recuerdo poner a donación ropa, zapatos y muchas cosas más. Recién ahora entiendo que eso era fruto de mucho consumo irreflexivo que terminaba en tener objetos casi sin uso.
A pesar de esas limpiezas y de bajar mi nivel de compras (en los últimos dos años casi dejé de comprar indumentaria) cada vez que vuelvo a los estantes y los cajones siempre hay algo más que sacar. Es algo que no deja de asombrarme.
Este año todo volvió a ser revisado bajo la pregunta ¿para qué sirve guardarlo? Inclusive los «recuerdos» que tenía en casa de mamá, como prendas de cuando era adolescente y que muy lejos de entrarme siquiera, conservaba para la posteridad.
Casi nada ha resistido el scanner del minimalismo y gran parte ha pasado a otros dueños, que les darán buen uso.
20 kilos de ropa, libros y objetos fueron re-circulados o vendidos. Aunque temo estarme quedando corta con el número.
A través del grupo de Facebook llamado Doná tus descartes fui dando desde vestidos de fiesta a peluches, libros, artículos de librería y hasta teléfonos fijos. Todo encontró nuevos dueño, incluso cosas que decidieron recircular Santiago,una vecina, mi mamá, mi hermano y también mi sobrino. Al parecer soltar tiene un poder curativo muy contagioso.
Otros objetos más valiosos fueron vendidos por Mercado Libre y a través de redes sociales, haciéndome ganar algunos pesos. Para mi la clave es que a alguien más le sirva, que deje de juntar polvo y ocupar espacio.
Además, cada cosa que alguien vuelve a poner en uso son recursos nuevos que no se malgastan y nuevos lazos comunitarios que se crean. Te invito a soltar y sentir esa satisfacción de vivir, literalmente, más liviano.
Reduje el desperdicio de comida al mínimo
Solía ocurrirme a menudo: acumulaba alimentos no perecederos al fondo del gabinete, frutas y verduras en lo profundo del cajón y restos de comida en tapers que quedaban fuera de nuestro «radar».
Estos pequeños olvidos son el mecanismo básico del desperdicio de comida en un hogar. Lo que, aunque a veces no nos demos cuenta, repercute en nuestra economía porque usamos dinero en cosas que terminan en la basura. Y eso sin contar en la pérdida de todos esos recursos que se necesitaron para producir ese tomate, ese pedazo de pan o lo que fuere.
Saber qué tengo en la alacena y heladera fue el primer paso que di bajar mi derroche de alimentos.
Ahora me esmero en poner a la vista aquello que quiero aprovechar antes de que se eche a perder y cuando van quedando puchitos de cosas, planifico para aprovecharlas a tiempo.
Me sirve mucho no comprar productos frescos de más. Si se que no tendré tiempo para cocinar algo que se echará a perder en poco tiempo, no lo llevo.
Eso de llenar el freezer nunca fue lo mio. Lo uso sólo para dejar verduras picadas ya listas para cuando cocino, alguna prepizza y otras cosas como medallones de arroz o de lentejas que compro en cantidad, y que te «salvan» cuando estás apurada y tenés que sacar una comida al paso.
Me está funcionando esto de «menos es más». Realmente consumir lo que se tiene antes de salir a comprar más, resulta. Se los dice alguien que supo odiar de chica la comida recalentada y cuyo universo culinario fue bastante escueto y con mucho delivery hasta no hace mucho.
Di otra oportunidad a lo que ya tenía
Sigo repasando y me sigo sorprendiendo a mi misma de todo ese trabajo de hormiga que hice por placer y que tantos lindos resultados me dio.
En esta etapa de volver a mirar todo lo que había en la casa, encontré que mis pinturas a la tiza (o chalk paint) podían servir para levantar algunos objetos que no tenían protagonismo.
Sin mucho esfuerzo, esta silla que tiene 40 años ganó en carácter y alegra un poco más el rincón que le toca.
Esta foto no le hace justicia a lo linda que quedó pero antes de lucir así, ésta mesa plegable pasó los últimos años en el patio, sucia y arrumbada. ¿Cómo no iba a tener un uso tan bajo con la fea apariencia que tenía? Por eso un lavado primero y un poco de lija y pintura a la tiza después, la ayudaron a volver más seguido al living, a poder salir de picnic…
El brote pintor también pasó por este bajo mesada muy antiguo. Usar lo que ya tenemos es siempre la opción más sostenible que existe.
Qué hacer con los residuos en vacaciones
El cálculo de la basura generada no incluyó la que produjimos en vacaciones. Vale decir que siempre que salí de viaje hice todo lo posible por dejar la mínima huella en los 4 lugares que -afortunadamente- visité en 2019.
Lo primero fue una experiencia cuidando la casa y las mascotas (tres perros y una gata) de una amiga en Mar del Plata. En la casa ponían sus orgánicos en un pozo en la tierra así que esa parte estuvo resuelta.
El sistema de reciclaje del partido de General Pueyrredón es poco confiable por lo que los reciclables -que no fueron muchos- volvieron a Vicente López y fueron sacados apropiadamente para su día de recolección diferenciada.
Pasamos también una semana en Punta del Diablo, Uruguay. Una vez más el no tan recomendable pozo -esta vez en la arena- recibió los residuos orgánicos y parte de los reciclables que recibían en los puntos de recolección quedaron en el Departamento de Rocha. El resto volvieron a Argentina.
En estos dos casos viajaba en coche por lo que traer los reciclables fue muy fácil. Pero también fui en colectivo y avión respectivamente a Córdoba y a Salta. En ambos lugares si bien había puntos verdes para algunos materiales -no para todos- intenté evitar al máximo compras innecesarias.
Desde ya que cuando unx viaja tampoco debe dejar de disfrutar o privarse de algo por no hacer basura.
No somo super héroes del reciclaje ni hacemos milagros. Sólo intentamos ser lo más prudentes con el entorno que nos toca visitar y ya.
Por eso es que en todos los viajes ya llevo preparo -dependiendo de en qué viaje- ciertas cosas que permitan evitar algunos residuos.
-
Mi kit para viajes lo fui armando con el tiempo y cuenta con:
-
Botella de aluminio para cargar agua;
-
Cubiertos de bambú y dos cucharas de helado para reutilizar;
-
Bolsas pequeñas para frutas/verduras y grandes de tela para las compras en general.
-
Sorbetes de metal, regalo de un amigo y prontas a estrenarse.
-
Algún taper mediano.
Reducir, siempre reducir
Ese kit de viaje es también un aliado para el día a día. Su poder es inagotable. Una vez que lo implentás, se convierte en tu nueva forma y no la cambiás por nada. Hamburguesas, facturas, sandwiches de miga, empanadas… El taper se banca todas.
Las bolsas son un hitazo. Cuando las ven por primera vez en el comercio que las lleves, son la llave a una charla didáctica de cómo reutilizar y reducir es tan sencillo y tiene tanta onda. No olvidemos el growler o botellón reutilizable para llevar a la cervecería amiga.
En esta quiero dar el crédito a Santiago quien adoptó este hábito y fue un embajador de lujo durante todo el año.
Compartir y charlar con otrxs con las misma pasión
Para ir cerrando, un consejo que aprovecho a repetirme a mi misma: tejer redes, verse las caras, sentarse a charlar, aprender y escuchar a otrxs que están en la misma misión y que comparten una visión.
En la foto ven uno de los momentos en Estancia Álvarez donde hice el curso La Trama Ambiental de BAI Cultural. Es un gran punto de reunión en Buenos Aires donde también fuí a una de las Ecotertulias en la que se habló de Activismo Imperfecto y al Festival de Consumo Responsable de fin de año.
Esta crisis que atravesamos nos necesita unidos para saber que todxs tenemos miedos y nos sentimos abatidos, a veces. Unidos para darnos ánimo y tener más fuerza y más impacto en nuestras acciones. Unidos para despertar y reclamar.
Pues bien, se que en un mundo de consumo la basura siempre será inevitable. Por eso es momento de ponerme algunas metas 2020 para guiarme. Se que tal vez no logre cumplirlas pero quiero que me permiten pensar antes de actuar para poder mantener todo lo aprendido.
- No volver a acumular cosas. Dar uso a lo que tengo y recircular aquello que se que no usaré.
- Seguir mejorando hábitos de consumo: evitar comprar ropa nueva y sólo hacerlo en cosas que realmente se justifiquen;
- Intentar erradicar por completo las bolsas plásticas
- Tener el mayor porcentaje de mi alimentación plant based;
- Pasarme a la piedra de alumbre;
- Volver a usar mi experiencia para inspirar a otros.
Me he estado sintiendo muy agobiada por Instagram y su sobre abundante información. Al punto que comencé a sentir que lo que pudiera contar ya no sumaba ni cambiaba nada. Que todo estaba dicho.
Ahora entiendo que debemos seguir dando esta conversación, que cada testimonio suma, que todos somos imperfectamente sustentables y 100% necesarios en esta lucha para que el sistema cambie.
Debemos hacer de la crisis climática un punto de inflexión en la historia humana que nos lleve a un mundo en el que todxs los seres podamos vivir bien, encontrando el equilibrio ecosistémico y la satisfacción más plena de nuestros deseos sin que ello vaya en desmedro de nadie.
Puede sonar utópico pero como decía el gran Galeano, ¿para qué sirve la utopía sino para seguir avanzando?
Sin Comentarios