La historia de Elías Fernández Pato, el fundador de Paraguería Víctor, estoy segura que les encantará. Cuando lo conocí, en 2014, tenía 83 años y un oficio muy particular: paragüero.
Con sus ocho décadas a cuestas, su vitalidad era envidiable. Iba cada mañana a su local en el barrio porteño de Boedo para mantener viva una labor que remonta a otros tiempos. Épocas en las que la lógica de consumo no se parecía en nada a la actual: nadie compraba objetos que duraran tan poco que se tuvieran que desechar al poco tiempo de uso.
El consumismo aún no había encontrado las maneras de acelerar los ritmos de compra por lo que se debía cuidar cada objeto al máximo. Llegado el caso que se rompiera, siempre se podía encontrar un “especialista” que lo reparara.
El relleno de lana de los colchones se “peinaba” y se volvía usar. Las manijas de ollas o sartenes se rompían, se las llevaba al bazar donde se arreglaba. En ese contexto en el que todxs hacían durar esas cosas que tanto costaba tener, la paraguería no sólo vendía algunos nuevos sino que reparaba los existentes.
Paraguería Víctor, un comercio emblemático
Empecemos por el principio. Era el período de guerras y hambrunas europeas. Entonces el español Elías era un purrete buscando un lugar donde hacerse un futuro. Así, un tío que vivía en Argentina gestionó la carta de solicitud a nuestro país para que él pudiera venirse y encontrar sus oportunidades.
Cuando lo autorizaron a radicarse en el país, tomó un barco de inmediato. El viaje duró 18 días. En el transcurso se enteró que ése tío, quien lo iba a alojar y hacerse cargo de él, había muerto. Tocó la orilla rioplatense con una valija y muchas esperanzas. Nada más.
Por suerte un primo pudo hacerse con su tutela. Muy pronto la reina del Plata se convirtió en su nuevo hogar con todas la de la ley. Su primer trabajo fue en una papelera. Al tiempo decidió abrirse camino en otro rubro y comenzó a vender paraguas de manera ambulante.
Cada día cargaba en un baúl sus paraguas y salía a recorrer Ensenada y Berisso, al grito de “paragüero…”.
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No tardó en hacerse de su clientela. Todxs lo conocían y esperaban. ¡Hasta un loro que lo veía pasar repetía su voceo! Esos eran tiempos duros pero alegres a su vez, recordó Elías. Durante estos inicios aprendió a ser vendedor y, también a amar los paraguas.
Vendía sólo productos fabricados en Argentina aunque sus piezas podían venir de diferentes partes del mundo: mangos de madera italianos y telas francesas. Los paraguas eran fuertes y resistentes, ¡duraban décadas!
Encontró el amor pateando las calles para ganarse la vida. En 1957 se casó con Haydee quien, vaya casualidad, venía de familia de paragüeros. Las señales eran claras: lo suyo estaba en este metié.
Un día de la primavera del 57 abrió las puertas Paraguería Víctor, el primer local de Elías. Allí vendía sino que también ofrecía servicios de compostura de paraguas.
Imaginate una ciudad donde había muchos de estos comercios, donde unx sabía que iba a buscar un producto que te acompañaría durante años. Imaginate que si un viento descarado o un rasguño accidental ponían en peligro la existencia de tu paraguas, recurrías al doctor quien -con agujas, remaches y amor- ponía todo en orden. El paragüero dejaba óptimo tu paraguas para capear muchas más tormentas.
Imaginate un mundo donde la mayoría de las cosas estaban hechas para durar. Sí, sí, para no pasar de moda. ¿Podés? Así era el mundo todavía en 1967, cuando Elías trasladó su comercio a la avenida Independencia.
En las bambalinas de esa versión de la Paraguería Víctor (así la bautizó en homenaje a su hijo, quien hoy lleva el andamiaje de esta herencia familiar), las grandes mesas de madera estaban cubiertas de rollos y rollos de tela, de tijeras, de hilos y moldes. Todo guardaba un orden tan pulcro en esas bambalinas. Imposible hacerlo de otro modo porque este trabajo implica manipular muchas pequeñas piezas que tiene que estar siempre accesibles.
Era un negocio bien familiar: su cuñado y cuñada así como su esposa daban una mano en el trajín de confeccionar y arreglar.
Pasó el tiempo y los cambios en la manera de producción (con la globalización, la masividad y esas yerbas) repercutieron también en la forma de consumir. Esos y otros pequeños detalles -de la manufactura local a la china, por ejemplo- fueron forzando a que el local de Elías vaya mostrando su cintura ante el nuevo escenario y así también terminó en 1979 recalando en donde lo encontramos hoy: Independencia y Colombres.
Paragüería Víctor es de esos rincones de Buenos Aires que guarda un aire entrañable a un tiempo más tranquilo y de charlas más relajadas mostrador mediante, a comercio donde te atienden sin prisas y con una sonrisa. Lugar donde -aunque ya no vendan piezas made in Argentina– aún recalan pedidos de arreglos de paraguas que el mismo Elías confeccionó algunas décadas atrás, cuando uno se llevaba algo que iba a permanecer por muuuucho tiempo.
Si andan por Buenos Aires les recomiendo visitar Paraguería Víctor, el local de Elías. Dentro las vitrinas exhiben paraguas, sombrillas, abanicos y bastones. Si tienen suerte lo pueden encontrar a él cualquier mañana, con su figura alta y erguida, su acento español como si recién bajara del barco y sus mil historias de una ciudad distinta y querible.
Elías remató la charla diciendo: “para aprender a arregla un paraguas hay que romper varios primero”. Recordaré siempre a Elías como un emblema de la hermosa sabiduría de los más grandes y de la alegría de vivir sin importar los años.
Visiten su web en https://www.paragueriavictor.com.ar/ o ir a su Instagram