10 May Cerro Tronador en verano
El segundo viaje que hice a Bariloche incluyó uno de los muchos platos fuertes que hay en este rincón de Patagonia para los viajeros amantes de la naturaleza y la aventura: subir el Cerro Tronador en verano y hacer noche en el Refugio Meiling.
Cerro Tronador en verano: mi experiencia haciendo trekking
Una vez más la combi me llevó rumbo a Pampa Linda, como cuando el año anterior hice el trekking al Glaciar Castaño Overo. Otros viajeros eran de la partida: una pareja con sus tres hijos que iban para enganchar el Meiling con el Refugio Roca; un irlandés y una refugiera (una chica que trabajaba en el refugio por la temporada).
El camino zigzagueante sabía que podía hacerme mal a la panza, sumado al miedo por la expedición inminente. A pesar de ello, llegué bien. Antes de salir montaña arriba, dejé los datos para el Guardaparques y comencé el ascenso a paso vivo. Fueron 3:50 horas de caminata.
El día de sol radiante era un augurio perfecto para iniciar el ascenso al Cerro Tronador. El camino inicial corre casi a la par del río de deshielo por lo que el primer tramo es frondoso y el sendero ancho y cómodo.
De todas formas, hay desniveles pero se puede ir a paso ágil sin mayor dificultad. Hay que prestar atención al cartel donde está la bifurcación y tomar hacia la derecha, por donde el camino que sube. Quien continúe al mismo nivel llegará al Castaño Overo.
El fresco del ambiente es como un abrazo de bienvenida cada vez que se anda por estos lugares, al ir trepando la montaña y alejándonos del río, el ambiente se vuelve más seco y caluroso.
Mantuve el paso firme pasando cascadas, intentando mirar a la vez lo coloso de los árboles, los colores de las flores y sin perderme el canto de los pájaros. Es todo un privilegio entrar a un ecosistema tan complejo y tan fino. Debemos transitarlo respetando su equilibrio. Esto sí que es magia de verdad.
Apenas antes, una de las curvas ofrece una vista limpia del Castaño Overo en todo su esplendor, glaciar fuente del agua más prístina y de esa belleza sutil que el cambio climático ya alteró y que tenemos que cuidar, de verdad.
Cuando promedió el ascenso sentí que necesitaba más energías. Era el mediodía así que comí una vianda que había llevado.
Cerro Tronador: dificultad
Lo ancho del sendero se despide al entrar en Los Caracoles. La sonrisa de una de las fotos me duró poco porque al empezar el serpenteo ascendente de este parte del camino hacia Refugio Meiling, me quedé sin aire y la cabeza me jugó una mala pasada.
Fue entonces que me percaté de que el lugar que pisaba era demasiado angosto y “pelado”, sin ningún reparo del cual asirme. Un vértigo traidor se apoderó de mi y el aire no volvía a mis pulmones.
Me desesperé y Santi, que iba más adelante, tuvo que esperarme y acompañarme todo el tramo. Una pareja que venía bajando atinó a decir “no saben lo hermoso que es arriba”, alentándome a seguir.
Lo curioso es que en la vuelta, cuando descendí este tramo del Cerro Tronador en verano, me di cuenta que no era ni tan empinado ni tan difícil como me pareció al subirlo. ¡Qué malas pasadas puede jugarnos el miedo!
Tras Los Caracoles, se vuelve a abrir un camino polvoriento cuesta arriba. Enseguida viene un remanso llamado La Almohadilla. Ahí podés aprovechar para descansar. Cualquier vista aquí vale todo el esfuerzo y mucho más.
El tramo final se llama la Pedrera. La vegetación abandona las laderas. Queda roca y más roca. La visual se abre: inmensidad pura que ni los 4 sentidos alcanzan a creer.
Atención: hay que ir siguiendo cautelosamente las marcas blancas que guían hasta el tan ansiado Refugio Meiling.
El camino se vuelve a esas alturas más angosto y tiene más precipicio en algunas partes que en Los Caracoles pero ya la crisis de vértigo pasó así que me concentré en seguir sin mirar mucho al costado por las dudas que me de un patatús.
Anduve un rato más cuando, levantando la vista, las cumbres se impusieron, nevadas. Más allá se veía uno de los edificios del Refugio Meilling. ¡Qué emoción más grande! ¡Había llegado!
Refugio Otto Meiling, recomendaciones
El Refugio Meiling es divino. Tiene mesas con bancos de madera, una cocina con vistas laterales magníficas, baños compartidos y un dormitorio donde pernoctar. Podés alquilar bolsa de dormir o llevar la propia.
Los refugieros hacen platos muy sabrosos. Al llegar empezamos por probar un sándwich de jamón crudo y queso. Después salimos a recorrer. El día era hermoso y podíamos andar en remera de manga corta en plena cumbre.
Salimos a caminar por las nieves eternas, nos sentamos en las rocas que hacen la vez de miradores y mientras pasaba la tarde, más y más viajeros seguían llegando. Algunos con sus carpas y sus mochilas llenas de comida, un poco agotados pero todos muy sonrientes.
No hay forma de describirles lo que se siente tener ese horizonte en 360, ver los picos del lado chileno, respirar ese aire puro, dejarse estar en el silencio más profundo.
Tumbarse boca arriba dejando que la energía de la montaña nos inunde un poco, por un rato. Ser uno con esta porción de naturaleza milenaria, con estos majestuosos seres llenos de la esencia de la Pacha. Para mi esto es gloria.
El atardecer, fuego pleno que te enciende. La noche, alunada. El cielo nocturno con la vía láctea desplegándose plena ante los ojos, aunque el viento hacía difícil permanecer mucho tiempo afuera.
El tiempo fluye en toda su espesura, dejándonos estar a nuestras anchas, en toda su dimensión.
Ragú de cena, un poco de charla y a dormir.
Volver siempre es la parte más fácil. Desayuno mediante, emprendimos la retirada. Con menos esfuerzo, se disfrutó más del paisaje y se dimensionó el tremendo privilegio de poder caminar estos pagos.
Sobre nuestras cabezas planea un cóndor buscando comida. A nuestros pies, lagartijas y salamandras huyen raudas de estos invasores. Cada tanto, una mariposa se cruza. Llegando a la base ya nos cruzamos con muchísimos viajeros que, como ya es sábado, van a hacer el trekking hasta el Meiling.
La montaña despide con sus estruendos típicos, esos que surgen de los desprendimientos de hielo que le dieron el nombre de “tronador”.
Le agradezco que, una vez más, me dejó apreciarla, vivirla y me cuidó (realmente eso siento, que te acoge, protege y luego te deja ir).
Pampa Linda nos recibe con más sol. Es un radiante día de marzo y muy lejos de habernos saciado del Cerro Tronador en verano, me voy prometiendo volver. De esta inmensidad, siempre quiero más.
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Ana Maria Celso
Publicado 22:56h, 10 mayoMuy bueno tu relato, me hizo recordar todas las vicisitudes, que pasamos cuando ascendimos, hace ya muchos años, pero valió la pena!!!!
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