06 Abr Trekking al Glaciar Castaño Overo
Bariloche tiene muchas propuestas para hacer turismo activo y explorar la increíble naturaleza de la Patagonia. Hacer trekking al Glaciar Castaño Overo es una de las excursiones que te recomiendo.
En mi caso, lo hice en el primero de dos viajes que hice consecutivos a Bariloche. Por entonces no tenía demasiado experiencia en la montaña así que primero me probé como senderista yendo al Refugio Frey y recién despúes me animé a otras aventuras.
Glaciar Castaño Overo: cómo llegar
Tené en cuenta que para llegar al Cerro Tronador primero debes llegar a Pampa Linda, un parador desde donde salen los senderos cima arriba. Llegar allí requiere hacer un viaje de algo más de dos horas serpenteando montaña adentro.
Hay servicio de combis que tiene horarios a respetar. Los vehículos suben sólo por la mañana, saliendo de Bariloche a las 8.30 y vuelven a partir sólo de las 17.30. Ése es el único y último horario. Si perdés este servicio, tendrás que pernoctar en Pampa Linda.
Conclusión: averiguá todo y comprá los pasajes con tiempo para poder explorar sin apuros.
El Castaño Overo en Cerro Tronador
Una vez que se está en Pampa Linda, y ya con todos los pertrechos para salir a hacer el trekking (hidratación, comida, protector solar) es momento de comenzar a andar por uno de los costados del Cerro Tronador y conocer uno de sus dos glaciares: el Castaño Overo.
Para poder avistar estas nieves eternas (que sufren variaciones en sus ritmos antes imperturbables debido al cambio climático) hay que adentrarse por un camino que lleva algo 4 horas ida y vuelta.
Hay muy poco desnivel pero igual vas a encontrar algunas cuestas notorias. El sendero también presenta una vegetación que no promete gran cosa en el primer tramo pero, poco a poco, el bosque andino patagónico va ganando terreno y las tonalidades de la vida te envuelven por completo.
Caminando me pregunto ¿acaso hay un lugar donde haya sentido más la vida latir que acá? Pronto hay cruzar el río Castaño Overo por el puente peatonal.
Desde allí se van siguiendo las señalizaciones amarillas hasta toparse con el cartel que indica la bifurcación: hacia un lado, el derecho, se sigue el largo trecho hasta el Refugio Meiling, en el cerro Tronador. Hacia el otro, se sigue abriéndose más por el llano hasta llegar al Glaciar Castaño Overo.
La mayoría de los senderistas van hacia la derecha. Con mochilas y bolsas de dormir al hombro hacen noche en el Tronador, bajo el inmenso cielo que deslumbra una vez que el sol se esconde tras la montaña.
La ruta más corta lleva por belleza del bosque. El camino está bien señalizado y cuidado y va abriéndose paso en medio de árboles de más de 10 metros de altura y de cañas coihues que escoltan a los visitantes.
Imagen helechos, ourisias (la flor que ves en la foto debajo) y todo tipo de flores bordeando nuestros pasos. Además de haber podido ver al menos a un par de salamandras pequeñas antes de lograr huir de nuestra presencia.
Imaginen ser acompañados todo el viaje por el canto de pájaros huidizos que llenan todo con sus melodías. Fue todo un placer para los sentidos, un verdadero descanso para la mente atiborrada de rascacielos de esta porteña que les escribe.
El camino no ofrece mayores obstáculos así que, más allá de la resistencia para hacer la travesía en algo de 4 horas en total de caminata, no se piden mayores requisitos.
El premio llega cuando el bosque da paso a una visión en 360 grados de las laderas de las montañas y se escucha el bramido del agua cayendo desde lo alto: llegamos al Glaciar Castaño Overo.
El hielo ha sido doblegado por el calor del sol y se deja caer en un torrente de furia y elegancia que deja hilos cremosos de agua límpida que, más a nuestros pies, se unen en un mismo caudal que bajará hasta Pampa Linda, gélida y prístina como ella sola.
Para una, mujer de riachos amarronados y llanuras estiradas al horizonte, el azul profundo y altanero no puede más que parecerme surreal. Demasiado bello para ser de este plano si no fuera que lo estoy viendo con mis ojos.
Esos hielos saben que son grandiosas obras de la naturaleza, se saben casi siempre intocables, casi siempre tan colosales que hasta el humano más engreído se la piensa dos veces para hacerles frente. Me miran desde allá arriba, desafiando mi capacidad de sorpresa.
¡Es que no puede haber tanta belleza condensada en este punto del planeta solamente! Sencillamente acá sí que la Madre Tierra quiere dejar en claro que sabe bien lo que hace y que sabe esperar para lograr lucirse.
Acá sí que los humanos deberíamos venir a venerar a las fuerzas vivas que hacen girar nuestro planeta y deberíamos peregrinar para comprender que nuestra única misión debería ser custodiar semejante maravilla para quienes vendrán.
En fin, mientras mi mente se pierde en estos pensamientos y mis sentidos se dejan extender en este paisaje, ya es tiempo de la vuelta. La combi espera para partir.
Andamos de vuelta: montaña, bosque, río, serpentina de tierra. Cuando estamos por salir del sendero, el Tronador nos despide con un estrépito que parece un trueno.
Son los hielos del Tronador cayendo, algo que se repite cada día, cada tantas horas, y que le dio el nombre a este cerro.
Dejamos el formulario en el buzón para que los guardaparques sepan que volvimos sanos y salvos y terminamos de despedir otra aventura.
El chofer desanda el camino increíblemente zigzagueante en medio de la nube de polvo que se levanta porque la lluvia sigue sin aparecer en estos pagos ya demasiado sedientos.
Me llevo otra aventura en mi valija de recuerdos. Dicen que todo pasa por algo y, aunque la noche en el Meilling queda pendiente, mi encuentro con el Glaciar Castaño Overo –el primer glaciar que veo en mi vida- vale todo. Y pienso, antes de que me venza la pereza en este asiento algo incómodo: gracias Pacha por dejarme conocer otra de tus caras.
Todas las fotografías son de Santiago Callone, si vas a usarlas, por favor, citá la fuente. ¡Gracias!
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