01 Abr Refugio Frey: trekking en Bariloche
Bariloche, y Patagonia toda, son una invitación al trekking. Una vez que pruebes tus habilidades como aptas para el senderismo y ya nunca te vas a quedar conforme con una sola caminata o ascenso. Siempre vas a querer ir por otra y otra… Al menos así nos pasó a nosotros.
En las últimas vacaciones estuvimos una semana en Bariloche con Santiago y una de los planes inamovibles era hacer una subida a un refugio. Por recomendación de Debi, la primera que elegimos fue al Frey, una caminata que está estimada entre 4 de ida y vuelta. Con esto en vista, tomamos el colectivo de línea que llega hasta Catedral.
Salimos bien desayunados y temprano para tener un buen marco de tiempo para subir y bajar tranquilos de la excursión. Además, pensamos, siempre puede haber un contratiempo y mejor no andar con el tiempo contado. ¡Y menos mal que fuimos precavidos!
A 15 minutos de llegar a destino, el colectivo se averió y quedamos al costado de la ruta por media hora hasta que llegó otra unidad a “socorrernos”. Un poco más tarde de lo planeado, entonces, llegamos a destino y encaramos hacia a la izquierda del centro comercial de este centro turístico, pasando el estacionamiento después del cual se abre el sendero al Refugio para empezar a andar.
Por supuesto contábamos con el calzado y la ropa adecuada para estar en movimiento durante unas cuantas horas, llevábamos agua y algo de comida por si nos entraba hambre en el trayecto. También una linterna pequeña y un cortaplumas… ¡uno nunca sabe cuándo puede necesitarlos! Al principio el camino tenía la tierra tan fina como si fuera harina –tal era la sequía de este verano en la Patagonia- abriéndose entre medio de una vegetación monótona. Era increíble la cantidad de abejorros que pululaban por los arbustos, haciendo que todo este primer trayecto hubiera como banda de sonido natural un constante zumbido que, debo confesarles, era algo molesto.
Anduvimos cerca de una hora por este mismo paisaje, cruzando algunos puentes y siguiendo las indicaciones que –como durante todo el camino- están visibles y te permiten autoguiarte sin riesgos. En todo este tramo uno va sin darse cuenta casi de que se va ascendiendo levemente. De pronto, la fisonomía del lugar cambia y la cercanía del arroyo Van Titter hace un exquisito remanso y un bosquecito exuberante aparece enfrente.
Desde allí el camino irá empinándose y angostándose. Al menos a mi me pasó que, en el fragor de intentar ver todo lo maravilloso que te rodea, sentir los aromas frescos y húmedos del bosque e intentar encontrar a alguno de sus habitantes en el camino, casi no me di cuenta del esfuerzo que hacía.
No vayan a creer que ir por la montaña es tarea solitaria. De hecho, ese día todo el trayecto al Refugio Frey estaba muy concurrido. A medida que pasábamos a los senderistas –o nos pasaban- escuchábamos hablar en inglés, italiano, lo que también ayudaba a ir entretenidos.
Hasta donde se encuentra el refugio intermedio Vivac Piedritas habremos tardado algo de dos horas.
No paramos a descansar más que unos pocos minutos y seguimos viaje, con el mismo ritmo vivo y tomando cada tanto un minuto para recuperar el aliento –al menos en mi caso, Santi iba casi como si nada-. Pronto sólo nos esperaba el último tramo, el de pendiente ascendente continua para alcanzar la meta, a menos de una hora. Llegar al Frey sería mi primer trekking de importancia, podría decir, de toda mi vida. De chica subí el Uritorco, en Córdoba, y en los viajes por Salta, Tucumán y Mendoza hice caminatas largas por cerros pero nada como éste.
Encarar desafíos físicos –que también son psicológicos- y poder lograrlos son un aliciente muy grande para nuestra propia estima además de darnos la confianza para seguir saliendo de la zona de confort y descubriéndonos en los más impensados escenarios. Así que con este objetivo en vista, la última hora se transformó también en la más divertida.
El caminito ahí nomás del vértigo –¡gracias al bosque típico de las laderas montañosas que me distraía de mi temor a las alturas!-, las cuestas que se pronunciaban más, la tierra, el pedregullo y, por fin, la marca de que ya estábamos… ¡tuve que besarla!
A esta altura íbamos andando al mismo ritmo de una pareja de amigos de Villa Cañas, Santa Fe, con quienes fuimos buscando las piedras firmes para trepar para salir del empinado y ver la cúspide y, ahí debajo, el hermoso refugio Frey aguardándonos tras una última recta entre más rocas.
Cara de ¡llegué!
La majestuosidad de las cumbres es casi en vano querer describirlas pero te hacen sentir tan viva y tan en el momento que, creo, deben ser de las mejores terapias que existan en este planeta. Después de almorzar, descansar y recorrer la laguna, emprendimos la vuelta que nos llevó unas 2 horas 40 minutos.
Ahora, si piensan que bajar es lo más fácil, tal vez no estén tan en lo cierto. En mi caso, subiendo jamás me di cuenta de la altura en la que andábamos ni los senderos vertiginosos que encaramos pero cuesta abajo, bueno, entonces fue cuando tomé dimensión y también un poco de julepe 😛
El final del periplo llegó cerca de las 18 hs y lo encabezaron un grupo de perdices que andaban corriendo como locas entre los arbustos y que nos hicieron reír mucho con su pasito veloz y simpático. Colectivo a la ciudad y fin para una aventura que recordaré por siempre, ¡eso se los aseguro!
IMPORTANTE PARA HACER TREKKING EN PATAGONIA
Registrarse en la web de Parques Nacionales
Avisar en el Refugio que se ha llegado para que tengan registro.
La dificultad es Fácil/Media y el sendero al Refugio Frey está abierto de diciembre a abril.
Con guía, se puede volver por un camino de cornisa.
Estando arriba, se puede pernoctar y comer en el Refugio así como recorrer la laguna, pasar del otro lado y conocer la otra laguna del lugar. Pasar la noche $200 + alquiler de bolsa de dormir
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