10 May Cerro Tronador: expedición al Otto Meiling en 30 fotos
Llegamos a Bariloche e hicimos dos senderos de trekking muy bonitos, el que lleva al Refugio Frey y el que lleva al Glaciar Castaño Overo. Pero eso fue sólo un precalentamiento por eso éste año volvimos por más con una meta fija: subir al Refugio Meiling en el Cerro Tronador. Y eso fue lo que hicimos en un ascenso de 3:50 horas. ¿Cómo fue? Te lo cuento en esta nota.
Había escuchado ya bastante del camino al Tronador porque Santi lo hizo de chico y tiene muchas historias, así que las expectativas eran altas. Y los nervios, también, agravados por mi poca intrepidez y mi leve fobia a las alturas. Algo igual era claro: no estaba en los planes dejar que nada de eso me impidiera salir a la aventura. Así que volvimos a tomar la combi rumbo a Pampa Linda como hace un tiempo, acompañados por una pareja que subía con sus tres hijos (el más grande de ellos tendría 9 años) que harían el Meiling para enganchar camino al Refugio Roca; un irlandés, una refugiera y una mujer más. El caminito zigzagueante montaña adentro hacia Pampa Linda siempre me hace mal a la panza, lo cual no fue el mejor factor sumado al miedito por la expedición inminente. Igual llegamos bien. Una vez allí, dejamos los datos para el Guardaparques, y nos aprontamos a partir. El día de sol radiante era un augurio perfecto. El camino inicial corre casi a la par del río de deshielo por lo que el primer tramo es frondoso y el camino, ancho y cómodo. Tiene sus desniveles pero permite ir a paso ágil. Hay que prestar atención al cartel donde está la bifurcación y tomar hacia la derecha, el camino que sube. El que sigue al mismo nivel es el que lleva al Castaño Overo. El fresco del ambiente es como un abrazo de bienvenida cada vez que se anda por estos lugares, al ir trepando la montaña y alejándonos del río, el ambiente se vuelve más seco y caluroso. Mantuvimos el paso firme pasando cascadas, intentando mirar a la vez lo coloso de los árboles, las flores, escuchando el canto de los pájaros y sintiendo todo el privilegio que significa entrar a un ecosistema tan complejo y tan fino y transitarlo respetando su equilibrio. Esto sí que es magia de verdad.
Lo ancho del sendero se despide por un rato al entrar en Los Caracoles, pero justo antes, una de las curvas ofrece una vista limpia del Castaño Overo en todo su esplendor, glaciar fuente del agua más prístina y de esa belleza sutil que el Cambio Climático ya alteró y que tenemos que cuidar, de verdad.
Promediaba el ascenso y se requerían más energías. Nos había agarrado el mediodía así que comimos una vianda austera que habíamos llevado. La sonrisa de la foto me duró poco porque cuando empecé el serpenteo ascendente de Los Caracoles me quedé sin aire y la cabeza me jugó una mala pasada. Me percaté de que el camino donde pisaba era demasiado angosto y “pelado”, un vértigo traidor se apoderó de mi y el aire no volvía a mis pulmones.
Me empecé a desesperar y Santi, que iba más adelante, tuvo que esperarme y acompañarme todo el tramo. Una parejita venía bajando y dijo “no saben lo hermoso que es arriba”, alentándonos a seguir. Pero yo estaba ya cegada de miedo y no acusé recibo. Qué irracional es el miedo, ¿no? Al desandar los Caracoles a la vuelta me di cuenta que no era ni tan empinado ni tan difícil ni tan monstruo como me pareció al subirlo. Tras los Caracoles, se vuelve a abrir un camino polvoriento cuesta arriba. Enseguida viene un remanso llamado La Almohadilla. Ahí podés aprovchar para descansar. Cualquier vista aquí vale todo el esfuerzo y mucho más.
Tramo final: la Pedrera. La vegetación abandona las laderas. Queda roca y más roca. La visual se abre: inmensidad pura que ni los 4 sentidos alcanzan a creer. Atenti: hay que ir siguiendo cautelosamente las marcas blancas que guían hasta el tan ansiado Refugio Meiling. El camino se vuelve a esas alturas más angosto y tiene más precipicio en algunas partes que en los Caracoles pero ya la crisis de vértigo pasó así que me concentré en seguir pausadamente y sin mirar mucho al costado por las dudas que me de un patatús.
Andamos un rato más, Santi se encarga de que sigamos las marcas blancas y, de repente, levantando la vista, las cumbres se imponen, nevadas, y más allá se ve uno de los edificios del Refugio. ¡Qué emoción más grande! ¡Llegamos!
El Refugio Meiling es divino. Tiene sus mesas con bancos de madera, una cocina con vistas laterales magníficas, baños compartidos y un dormitorio donde pernoctar (podés alquilar bolsa de dormir o llevar la propia). Los refugieros hacen platos muuuuy sabrosos y al llegar empezamos por probar un sándwich de jamón crudo y queso. Después salimos a recorrer. El día era hermoso y podíamos andar en remera de manga corta en plena cumbre.
Como muchos refugios de montaña, aprovecha la energía solar para abastecerse
Salimos a caminar por las nieves eternas, nos sentamos en las rocas que hacen la vez de miradores y mientras pasaba la tarde, más y más viajeros seguían llegando. Algunos con sus carpas y sus mochilas llenas de comida, un poco agotados pero todos muy sonrientes.
No hay forma de describirles lo que se siente tener ese horizonte en 360, ver los picos del lado chileno, respirar ese aire puro, dejarse estar en el silencio más profundo. Tumbarse boca arriba dejando que la energía de la montaña nos inunde un poco, por un rato. Ser uno con esta porción de naturaleza milenaria, con estos majestuosos seres llenos de la esencia de la Pacha. Para mi esto es gloria. El atardecer, fuego pleno que te enciende. La noche, alunada, las montañas nos permitieron disfrutarla un rato hasta ocultarla. El cielo nocturno con la vía láctea desplegándose plena ante tus ojos, aunque el viento ya hacía difícil permanecer mucho tiempo fuera disfrutándola. El tiempo fluyendo en toda su espesura, dejándonos estar a nuestras anchas, en toda su dimensión. Ragu de cena, un poco de charla y a dormir.
Volver siempre es la parte más fácil. Desayuno mediante, emprendimos la retirada. Con menos esfuerzo cuesta abajo se disfrutó más del paisaje y se dimensionó el tremendo privilegio de poder caminar estos pagos. Sobre nuestras cabezas planea un cóndor buscando comida. A nuestros pies, lagartijas y salamandras huyen raudas de estos invasores. Cada tanto, una mariposa se cruza. Llegando a la base ya nos cruzamos con muchísimos viajeros que, como ya es sábado, van a hacer el trekking hasta el Meiling.
La montaña nos despide con sus estruendos típicos, esos que surgen de los desprendimientos de hielo que le dieron el nombre de “tronador”. Nosotros le agradecemos que, una vez más, nos dejó apreciarla, vivirla y nos cuidó (realmente eso siento, que nos acogió, nos protegió y luego nos dejó ir). Pampa Linda nos recibe con más sol. Es un radiante día de marzo y muy lejos de habernos saciado del Cerro Tronador nos vamos prometiendo volver. De esta inmensidad, siempre quiero más.[/vc_column_text]
Ana Maria Celso
Publicado 22:56h, 10 mayoMuy bueno tu relato, me hizo recordar todas las vicisitudes, que pasamos cuando ascendimos, hace ya muchos años, pero valió la pena!!!!
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