Hace un mes Gunter Pauli estuvo en Buenos Aires y no me quise perder la oportunidad de escuchar lo que este emprendedor belga, propulsor de “la economía azul”, tenía para contar. Su propuesta es hacer negocios tomando como modelo a la sabiduría de la naturaleza. Por eso usa, muchas veces, los desechos como materia prima y busca, siempre, no generar desechos.
Esta forma de hacer que propone no sólo es viable sino que permite salvar al mundo, generando muchos y sustentables trabajos a millones de personas. Parece una idea lógica para alguien que se considera un rebelde que usa saco y corbata sólo para despistar, como dijo en la charla en la Facultad de Abogacía de la UBA a la que asistí.
Su trabajo es enseñar a sacar todos esos conocimientos que tenemos en una caja negra y ponerlos en acción. Decepcionado de la llamada “economía verde” de la que fue parte, acuñó el término “economía azul” para trabajar de una manera innovadora y competitiva que genera empleo y crecimiento a nivel local, aportando mucho valor agregado.
Cada concreción de la economía azul en un nuevo producto hace que la competencia quede tan desdibujada que ya ni se considere una opción. Por ejemplo, si a partir de los desechos del cardo se pueden producir herbicidas naturales, ¿qué sentido hay en usar los que contaminan todo lo que tocan? Modelos exitosos como éste –cien para ser precisos- fueron recopilados por Gunter en un libro de reciente publicación.
Tras escucharlo quedé realmente feliz de saber que este círculo virtuoso no sólo es practicable sino que está en marcha en diferentes puntos del planeta. Hoy sólo les contaré 3 para que se inspiren y se animen, que es lo que el belga quiere. Para eso nos exhorta: “haz más de lo que se considera posible”.
De sabana a selva: una reconversión a la colombiana
En un territorio vasto de Colombia donde los académicos forestales porfían inviable hacer resurgir la zona boscosa que precedió la sabana, empieza la década de 1980 y Paolo Lugari se encomienda en una tarea titánica: ayudar a que el bosque selvático renazca para dar de vivir a los pobladores de Las Gaviotas.
Para que el suelo vuelva a permitir que los árboles se arraiguen, se revierte el PH 4 con la ayuda del hongo micorriza y se plantan pinos caribes. La sombra de estos últimos y el trabajo microscópico de los primeros irán permitiendo que la acidez de la tierra vaya aflojando poco a poco. La arboleda se afianza y va albergando nuevas especies que crean, sin prisa pero sin pausa, una selva tropical con 250 especies de plantas. ¡El plan funciona!
Los pinos ofrecen 7 gramos de resina por día de cuya manufactura se realiza colofón,-un material clave para la industria de pinturas y papel, que crea puestos de trabajo sostenibles donde antes no existía tal cosa. La regeneración de la selva suma una capa de humus y, como si fuera poco, con su vegetación diversa y el bosque floreciente, favorece el aumento de lluvias lo que redunda en buena agua potable.
Cuando todo era sabana yerma, los pobladores sufrían diferentes enfermedades gastrointestinales por no contar con agua de calidad para tomar. Ahora, el agua que encuentra nuevos circuitos naturales donde generarse y guardarse, además tiene la suerte de no estar contaminada ni por la industria, ni por los cultivos o la minería, puesto que nada de esto hay en Vichada. Así, quienes allí viven comienzan a contar con la mejor medicina preventiva que exista. A la par, encuentran una industria: la de la venta de agua embotellada.
Surge en Las Gaviotas- Vichada agua potable de acceso libre y, con la que no se consume a nivel local, se embotella y vender en Bogotá, saliendo a la competencia de las marcas Evian y Fiji. “Si alguien comprara el equivalente de 2.000 botellas de medio litro a Las Gaviotas por más de 25 años, esto les daría la financiación que necesitan para regenerar 6.000 a 9.000 ha de selva”, explica Gunter Pauli.
De eso se trata: de encontrar una solución y escalarla, para generar un bien mayor. Por eso también la economía azul encontró otra nueva y prometedora actividad para desarrollar en base a los frutos de esta selva resurrecta: en 2004 armó su primera planta de biodiesel a base de la resina.
Para sintetizar este caso de éxito: reforestar permitió proteger el suelo evitando que la lluvia lave sus nutrientes e hizo que los nuevos árboles neutralicen dióxido de carbono, ayudando a paliar el Cambio Climático. Pero no sólo esto: también se recuperó un ecosistema clave que hace florecer la riqueza autóctona y que da vuelve a dar hogar a insectos y animales.
Y la lista sigue: generó una nueva fuente de agua potable para las personas que ayuda a cultivar donde antes no se podía y de los frutos de la naturaleza, trabajados de manera responsable, nacieron nuevos y numerosos puestos de trabajo. Ya se piensa en enviar lo producido en Las Gaviotas a través de los ríos y hacia el mundo.
Este es el modelo de las biociudades del futuro que nos ayuda a pensar con nuevos parámetros para tener resultados superadores.
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El bambú para las construcciones del futuro
Una de las primeras notas de Alternativa Verde fue sobre el bambú, la “madera” del futuro. Por eso no nos sorprende que la segunda historia de implementación de la economía azul sea con este material llamado “el acero vegetal”. El trabajo es de otro colombiano, Simón Vélez, quien es uno de los arquitectos más importantes del mundo promoviendo su uso como elemento esencial de construcción.
Su propósito es mostrar que, habiendo millones de personas que viven en casas de bambú, subyace en esta elección no la pobreza de no poder acceder a otro producto sino la inteligencia de sumar un implemento de excelente calidad, plenamente sostenible y resistente a los sismos. De hecho, desde hace 40 años el arquitecto él desarrolla nuevos sistemas de carpintería que usan la madera de Guadua -similar al bambú- como un elemento estructural permanente en edificios residenciales y comerciales.
En la Exposición mundial de Hannover en el año 2000 Vélez construyó un pabellón descomunal y lo hizo con un propósito muy claro: cambiar la imagen que se deje de menospreciar al bambú. El proyecto creó una estructura única para que quienes viven en casa de bambú sientan orgullo y para que el resto se entusiasme en construir con él, porque además es abundante y crece con rapidez.
Después de estar en la Exposición Mundial, el pabellón se reconstruyó en Manizales para que lo ostenten y disfruten los granjeros y productores de café.
Se fue un poco más lejos que en sólo usar bambú en Manizales. Se tomó como referencia a las termitas y se hicieron túneles de aire, que imitan las lomas y túneles que ellas hacen en la tierra, en nuevas edificaciones y así el aire fluye eficientemente y se contrarrestan las noches frías y los días calientes de la zona cafetera.
En las horas más cálidas, el aire seco y fresco entra al edificio. El aire pasa por los túneles hechos debajo del recinto, luego se enfría y se condensa. Al salir el aire caliente de la casa, el aire fresco entra gracias al vacío que se crea.
Otra solución en esta construcción ZERI fue que, al no haber sistema cloacal y no querer malgastar agua bebile en estos menesteres, se introdujo el diseño de toilet del arquitecto Anders Nyquist. Éste respeta la separación entre líquidos y sólidos y así, después de dos años de curar estos últimos se convierten en compost para las quintas. De esta manera se reduce el consumo diario de agua de 100 litros a sólo 10 (80 litros eran usados ¡para el inodoro!).
Para completar otro sistema virtuoso, se implementó el concepto de cero emisiones y se incentivó a generar 5 productos en vez de sólo uno, y siempre dejando al café como la principal estrella del lugar. Ahora producen 6 tipos de tes libres de cafeína, 3 tipos de hongos, bananas deshidratadas y productos del bambú. Diversificando los productos se aseguran que si uno falla, aún habrá ingresos y se aumenta también el comercio.
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Con la espirulina hasta el techo
Es difícil no entusiasmarme contando estos casos de negocios azules. Por eso voy a intentar mencionar éste último de la manera más escueta posible. El dilema: el hotel Novotel de Bangkok contaba con un sistema de aire acondicionado que emitía mucho dióxido de carbono. Esto pudo transformarse en algo positivo usando la síntesis de CO2, y sumando agua, luz solar y sales minerales, para cultivar espirulina, un alga muy saludable.
¿Cultivar en un techo en medio de Bangkok? ¡Sí! Y también almacenarla alllí. El producto se diseca y se usa para hacer pasta o se vende en polvo que se usa en Novotel y se vende a otras 11 tiendas en Tailandia. Se usa en bebidas y comidas. “Esta iniciativa maximiza la producción con recursos mínimos, reduce la contaminación potencial y hace que se pueda producir espirulina ¡casi en cualquier lugar!”, cuenta su creador.
Quien tuvo esta idea es Saumil Shah, el director y fundador de EnerGaia. Fue él quien construyó 2 sets de 40 bio reactores interconectados con tanques cerrados que guardan 66 galones de agua cada uno. La espirulina fluye de tanque en tanque gracias a ventilador que bombea aire filtrado en el sistema. El techo es visitado por los huéspedes que, como un plus, se llevan una experiencia muy distinta y memorable.
La economía no debe ser siempre extraer beneficios a cualquier costa. Espero que estos casos ayuden a entender que si se piensa de otra manera, los resultados son más que prometedores. ¿No te parece?