La relación que tenemos con los animales es un tema intrincado. Tiene demasiadas aristas. Su modo de ser actual nos llegó naturalizado así, desde pequeños, y eso hace que no nos tomemos el tiempo para reflexionarlo como un tema en sí. La forma de vida actual, producto de siglos del avance de la ciencia sobre la naturaleza y resabios de culturas, religiones y vivencias de lo más variados, nos muestra la vida animal como muy lejana de nuestra cotidianeidad a no ser que se presente como mascota, invasora o vengan en un anuncio de Greenpeace o en un documental de NatGeo.
Pareciera que los animales existieran tan lejos de los hombres que no fueran ni nuestra responsabilidad ni nuestro interés. Tal vez éste haya sido el mejor mecanismo para avanzar sobre sus hábitats y sus derechos sin ninguna clase de remordimiento. No sólo usamos sus hogares para proveernos de madera, depositar nuestra basura o convertirlos en campos donde cosechar nuestros granos sino que también usamos sus cuerpos para experimentar, transportarnos, alimentarnos, vestirnos y hasta entreternos.
Todo lo hacemos sin reparar siquiera en que son seres vivos y pensantes que tienen no sólo derecho a existir sin ser molestados sino que también cumplen una función vital en el equilibrio de nuestro planeta. Por siglos los humanos hemos podido gozar de su ayuda para subsistir y creo que eso no estuvo mal sino que fue algo que se dio gracias a la plena cercanía en la que nos encontrábamos con ellos.
Sin embargo aún a sabiendas de todo esto, hace un tiempo, no puedo evitar plantearme a mi misma si, en el estado actual de cosas en el que la tecnología nos permite encontrar nuevas soluciones a viejos problemas, ¿sigue estando bien usar, literalmente, a los animales para propósitos que podrían suplirse de otra manera? Digo, resultaba lógico usar a bueyes, caballos y burros para transporte cuando aún no existía otra clase de locomoción o en lugares donde son la única manera de moverse. Pero ahora que las opciones se multiplican, la tracción a sangre no puede dejar de cuestionarse. ¿Está bien usar el esfuerzo físico de un ser viviente cuando se puede evitar?
De la misma manera, me parece obvio que, desde la mentalidad actual, cuestionemos los circos que tenían y tienen cautivos a los animales para hacerlos hacer humoradas, a costo de ser previamente amaestrados bajo tratos deleznables. Y creo razonable que nos empecemos a cuestionar la necesidad de seguir teniendo zoológicos y nos permitamos repensar cómo volverlos un espacio pensado más para el bienestar de los animales que puedan necesitarlo y no para nuestro divertimento.
Siento que esta manera más sensible y empática de conectarnos con los animales que se está empezando a expandir surge del nuevo paradigma al que vamos ingresando, seamos consientes o no. Más y más personas se muestran en contra de prácticas que antes nadie veía como de dudoso trato humanitario. Cada grupo desde su rincón, alza su voz por los malos tratos a los animales. Creo que después de todo el daño que le ha hecho la codicia de muchos hombres y la indiferencia del resto al bienestar de los animales, ha llegado un punto en que no podemos mirar más para otro lado. Y no lo digo sólo desde el costado romántico del asunto, sino desde lo más práctico y concreto: estamos matando la biodiversidad a un ritmo vertiginoso y, si seguimos así, pronto ya no quedará herencia natural que cuidar.
Tenemos, al menos, que preguntarnos a nosotros mismos si nos parece bien seguir haciendo primar nuestros intereses por sobre los de los animales. ¿Nos parece aún bien que el Dákar invada –por más que sólo sean unos pocos días- hábitats remotos alterando y poniendo en riesgo a diferentes formas de vida sólo porque nos parece entretenido? ¿Nos parece bien que para consumir más carne de vaca y pollo que la que necesitamos realmente, esos animales se críen y faenen con métodos crueles, hacinamiento y en condiciones donde el sufrimiento es la norma y no la excepción?
¿Nos parece bien que otros seres vivan 365 días encerrados, en espacios que recrean su ambiente muy pobremente, para que nosotros podamos verlos de cerca? ¿Está bien que sigamos llevando a la extinción a muchas especies polucionando mares, ríos y deforestando? Más básico aún, ¿está bien alterar el curso de ríos o inundar zonas enteras con la construcción de represas desapareciendo hábitats enteros y creando otros, seguramente no tan ricos?
Más necesario es que te preguntes ¿está bien someter al más mínimo sufrimiento a otro ser de este planeta cuando éste no tiene los mismos medios que los hombres para defenderse?
En este sentido es que estoy convencida de que así como la sociedad moderna es la responsable de los males de grupos enormes de animales, también es la que nos permite conseguir un margen para mejorarles su vida. Es nuestro deber poner el foco sobre qué chances les estamos dando para su bienestar, reflexionar y tomar medidas y decisiones. En este punto, no hay pequeña acción que puedas emprender que no redunde en algo grande, porque cada pequeño grano de arena marca la diferencia.
Aunque cada vez sean menos los que elijan las corridas de toros o las cacerías, debemos seguir educando en el respeto para que ya no quede ninguno que lo haga. Es más lindo y divertido elegir actividades que enseñen a valorar la vida que a dañarla.
Elegir consumir menos carne puede ayudar mucho y ni siquiera tenés que resignar sabor gracias a la variedad de productos que pueden integrar nuestra dieta. Elegir productos que no requieran destruir hábitats para producirse optando por papel FSC o reciclado, muebles de madera reutilizada tiene que ser cada vez más frecuetne. No tener animales que no sean domésticos (nada de tortugas, aves, iguanas, serpientes en casas de familias) debe ser la única opción y tener a los domésticos sólo si podemos afrontar esa responsabilidad debe ser lo único viable.
Decía al principio, nuestra relación con los animales es difícil de abarcar sin entrar en controversias y polémicas. Es una relación ancestral que ha pasado por todos los estadios imaginables (no que hayan sido todos buenos, claro). De cara a un medio ambiente en crisis pero con herramientas más eficaces y poderosas que nunca en la historia, llegó el momento de hacernos cargo de lo que viene y de lo que vamos a dejar.
Debemos poder mirar más allá de las murallas de edificios y plantearnos seriamente y con una mano en el corazón, si no ha llegado el tiempo de reconciliarnos con el entorno, de bajarnos del pedestal en el que nos hicieron creer los reyes del mundo natural con derecho a todo y obligación de nada. ¿Realmente podemos seguir mirando a esas bellas criaturas que nos rodean sin sentirnos en deuda, sin sentir que debemos hacer algo por ellos? Yo ya no puedo. Ni quiero. ¿Vos?
Créditos fotografías: Yas Olid, Anabela Gilardone, Santiago Callone.