Dicen que la alegría es doble si se comparte y por eso hoy, que me siento abrumada de felicidad, desbordada de sensibilidad, con el corazón henchido de orgullo y de gratitud, necesito correrme de los temas habituales del blog y escribirles esto que siento.
Desde ayer, cerca de las 5 de la tarde, cuando todos supimos LA noticia, que recuperaron al nieto de la Abuela Estela de Carlotto, una conjunción de sentimientos me galopan en el pecho y me empujan hacia adelante en una necesidad enorme de abrazar a Guido, como si fuera yo quien lo esperó y buscó todos estos años, como si Estela fuera mi abuela, como si las Abuelas fueran una patria de la que me expulsaron y a la que vuelvo después de una vida.
No puedo sacarme la piel de gallina cada vez que pienso en ese reencuentro, en esa paz tan merecida de volver a encontrar una pieza arrebatada, en ese encajar tus sueños en la realidad de ese rostro añorado. No puedo contener la emoción arrolladora de saber que alguien que luchó tanto ha encontrado un poco de sosiego.
Tengo 32 años y debo confesar que a la dictadura, esa parte tan dura y despiadada de nuestra historia, la reconstruí ya de grande y por mi cuenta. En la escuela no se hablaba del tema, inclusive en la secundaria la materia Historia se dejaba de dar en tercer año y lo más cerca que llegaron a explicarme este período fue darme una lista de presidentes en la que, quienes no habían sido elegidos por el pueblo, tenían una aclaración al lado que decía “de facto”. Eso fue todo.
En casa tampoco era un tema muy comentado, salvo por los lugares comunes que zanjaban la cuestión echando culpas sólo al costado más débil. Entre mis amigas, menos. Recuerdo que la primera vez que alguien me habló abiertamente de la dictadura fue en Chascomús, en 1.998. No me lo olvido más: Ana, la hija de unos amigos de mamá, me contó de cómo el Estado secuestraba y torturaba a las personas en esos tiempos nefastos, sin pelos en la lengua. No estaba acostumbrada a esas conversaciones frontales y hasta el día de hoy se lo agradezco.
Algunas inquietudes sobre qué era del pasado ya empezaba a tener pero la chispa de la curiosidad no fue lo suficientemente fuerte hasta que entré a la facultad. Ingresar en Sociales de la UBA, viniendo de una adolescencia tan naif y desconectada de todo -hago el mea culpa de no haber sido lo suficientemente inquieta y despierta para encontrar por mi misma lo que el entorno no me daba aunque, claro, también todo tiene su propio ritmo para ser-, fue una de las mejores cosas que me pasó en la vida. Poco a poco, empecé a entrar en la historia y a comprender de dónde venía nuestro país.
Me costó mucho comprender esos años en que los jóvenes tan jóvenes (entonces, de mi misma edad) tenían tantos ideales y, por sobre todo, tanta convicción para salir a poner el cuerpo y la vida por ellos. Tardé en comprender esa época tan distinta a las que yo conocía (crecí en el cinismo y la individualidad de los noventa y el estallido de 2001 me trajo a la más cruda realidad sin escalas.) Me ayudaron mis charlas con Santi y conocer a personas a las que la dictadura había tocado hasta hacérseles carne (¿qué digo carne? se les hizo herida lacerante y luego cicatriz indeleble).
Me ayudó la lectura de libros como Ese infierno, A veinte años, Luz y el Nunca Más -la primera vez que lo quise leer no pude, así de cruda su lectura es-. Me ayudó ver la el documental de la vida de Haroldo Conti, leer a Rodolfo Walsh y también La Casa de los Espíritus con su contraparte chilena y ver Fuga del Buen Pastor, una fuga de mujeres. Recorrer la Esma. Me ayudó que desde 2004 se hablara de este tema y de tantos otros con naturalidad. El debate en la sociedad me ayudó. Pero creo que lo que más me ayudó fue el ejercicio de ponerme en el lugar del otro y poder sentir qué hubiera pasado si hubiera sido yo en ese lugar de secuestrada o de familiar.
Ayer creo que ese camino que empecé a andar tarde grande, juntando sola las piezas, atando cabos, cuestionándome internamente hasta que todo se volvió una convicción férrea tuvo para mi, y para todos estimo, un momento cúlmine. Esa sonrisa de Estela me iluminó el día, la semana, el año… ¡la vida! El amor y la perseverancia, el rodearse de personas que están en la misma y luchar con la verdad, sólo puede tener como resultado cosas buenas. Y ayer le tocó a Estela. Cuánta felicidad por ella y por un país que va recuperándose y mira al futuro más entero, más fuerte.
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