Siempre diciendo, insistiendo, machacando sus presunciones, sus prejuicios, sus dudas. Eso, sus dudas. E ideas que aparecen y arremeten sin piedad, sin pausa, sin filtro. No le importa lugar, momento o compañía. Se impone, ¿qué más da? Aunque no la llame, aunque no le pida consejo, aunque la ignore. Ey! Aquí estoy y tengo mucho que decirte.
Imposible que entienda que ahora no, que quiero un momento de tranquilidad. Parar y hacer una pausa en un día intenso. Extender la lona en el piso, ponerme ropa cómoda que no me aprisiona en estereotipos , marcas ni formas –pretendidamente- sinuosas, femeninas, llamativas. Sentarme en posición de loto, respirar hondo, dejar ir el último gramo de apuro y de tensión.
Yo. Yo. ¡Yo! No es ego, argumenta. Es que si no pienso en mi nadie más va a hacerlo. En estos tiempos que corren el individualismo nos está matando. Cuánto lazo perdido, cuánto sálvese quien pueda. Es así: si no te cuidás, te pasan por encima con tanta ambición y tanta ansia de poder que hace que la gente –de la que soy y no soy parte- se atropelle entre sí. La consideración no existe. Lo sabemos. Lo hemos vivido. ¿Egoísmo? No es ser contradictorio, no, para nada.
¿Qué cenamos? ¿Dónde estará? ¿Pensando en mi? ¿Perder tiempo no pensando cuando hay tantas cosas pendientes? ¡Cuánta pequeña cosa sin terminar de definir! La sensación de no avanzar, de no crecer cuando todos esperan un resultado, un logro, una culminación a la que festejar, aclamar y aferrarse.
Aferrarse a algo inamovible, porque de lo inalterable y seguro hay poco en la vida. ¡Entonces salimos a buscar logros y metas a lo loco! Sólo por la ilusión de tener algo fijo, así, para siempre. Algo fijo significa que siempre sabremos que es así entonces no tenemos que temer a perderlo. Está claro, ¿no?
Resolutiva. Eso: ser más práctica y no demorar los tiempos. ¡Tiempo! Eso falta. La rutina acelera. Se pierde a veces el foco porque el tiempo vuela y no puedo usarlo para lo que más quiero.
Pero, che, tus palabras son nubes que me tapan el sol. Es como subirse a una montaña rusa que hace que todo se suceda sin poder procesarlo. No quiero. Frená. Pará. Correte. Dejá de atolondrarme con tanta perorata. Inhalo. Quiero inhalar y conectarme con otra cosa más allá de mi, de vos y de tu humareda de excusas y miedos que a la única que buscan atar es a mi misma. Quiero exhalar todo lo que hay dentro de mi, todo lo malo y mucho de lo viejo, y soplar tus nubes de mi sol. Como un plumazo de aire despeja la viruta de la mesa. Como un soplido infla el espacio entre dos hojas pegadas de un libro y nos deja ver un pedacito más de la historia. Soplarte un viento helado que te deje paralizada. Incapaz de interferir. Aunque más no sea por un rato. Y así poder ver más claro. Y sentir más calor. Y recuperar mi energía.
Vibró el celular. ¿Vibró o pensé que lo hizo? Tal vez algo sea urgente. Deberías mirarlo. Uy, ahora suena una sirena en la calle, ¿qué tragedia habrá sucedido? Tiene que ser una tragedia, ¿por qué otro motivo nadie iría con tanta prisa en ayuda de alguien sino? Ladran. El perro de la vecina debe estar jugando. Ningún animal debería vivir encerrado. Ni ningún humano. Nadie debería vivir confinado en una caja de hormigón con ventanas. Es que la vida está más allá. ¿O era más acá?
Sí, es que más vale ocuparse de una. Pasé los 30. Se espera más de mi. Algo más. Así que mejor seré resolutiva y aprovecharé el tiempo, porque pasa rápido. E ir por resultados. Tengo que ir por resultados. Necesito cerrar cosas pendientes y alcanzar metas. Eso. Lograr aferrarme a puntos inamovibles me dará más seguridad. Eso dicen.
Levanto la lona y vuelvo a hacer, aunque no se bien qué. Otra sesión fallida de meditación. Ella y la sucesión de pensamientos, siempre algo tóxicos, ha logrado vencerme. Las tácticas distractivas de mi propia mente me corrieron del aquí y ahora, me marearon y me enredaron. Me pusieron a rumiar pensamientos que terminan anudándose a mis pies como una liana para que, cuando quiera caminar, sólo me tropiece. ¡Qué tramposa!
No importa. Mañana volveré a intentarlo y lograré apagar su murmullo –o al menos bajarle su volumen- para poder sentirme en la plenitud de este ratito tan escurridizo que se llama vida y que otros llaman presente. Finalmente, siempre quien persevera, termina por ganar.
Fotografías: daniela_petroleuse en Flickr