No supo bien cuándo pero de repente le pareció tan claro y obvio que no pudo creer cómo no se había dado cuenta antes: gran parte de los hombres de la civilización occidental habían sido estafados, robados y despojados. El robo fue continuado, empezaron por quitar una cosa pero no pararon hasta haber dejado apenas un puñado irrisorio que, a duras penas, servía de consuelo para los que todavía tenían memoria.
Más lo pensaba y más extraño le parecía: estas personas fueron robadas generación tras generación y nunca se dieron por aludidas. Lo tomaron como algo “natural”. Casi que ni se quejaron. ¿Será que no se dieron cuenta que vivían en la contradicción de estar encerrados en libertad? ¿No notaron que los privaron de cosas que vienen gratis, con la existencia misma, diría?
El avance fue paulatino pero incesante. Durante décadas el hormigón avanzó, se encimó y multiplicó y fue cubriendo todo a su paso. Lo entendía ahora: les habían quitado el entorno. El espacio. El pulmón vegetal. Los habían desconectado de la originalidad circundante.
Los habían separado de lo silvestre, de sus frutos y colores. Era de esperar que, de a poco y a medida que el paisaje se convertía en artificial, todo lo que se sabía de especies, variedades, diversidad y ciclos se fuera perdiendo, esfumando, haciendo extraño… hasta desaparecer. Que ciertos saberes que se tenían por herencia cayeran en saco roto en quienes ahora ya no compartían el mismo lugar de pertenencia.
Lo robado fue reemplazado sin sutilezas por un lugar donde el verde se convirtió en extranjero y el barro y la hierba, en intrusos. Ahí, en esa mole hecha y controlada por ellos mismos, los humanos se creyeron más dueños y señores del mundo de lo que en verdad son. Domando lo que podían y alejándose de lo que aún no descifraban, los humos treparon hasta enceguecer las ideas y olvidar las esencias, y así el delirio de supremacía los llevó a pisotear a sus compañeros animales, invadió las fronteras naturales, diezmó y enturbió hábitats sin miras de asombro ni remordimientos.
¿Cuándo dejamos de mirar al cielo?, se preguntaba.
¿Cuándo dejamos de venerar a sus habitantes alados? Son tantos, tan distintos, tan sabios -se decía a sí mismo-. ¿Cuándo pensamos que vivíamos solos en este planeta?”.
Desde que se dio cuenta, cada vez que sale de este terruño infértil de cemento y canteros de tierra cortajeada y brotes algo tristes, de este terruño donde injertaron a esta nueva categoría de raza humana que se cree mejor sin serlo, cuando sale, se dice, la biodiversidad se muestra con dos orejas atentas y una mirada algo desconfiada. Pero se muestra, al fin. Pasa que son pocos los que entienden lo que ven.
Para los que sí entienden qué se ve en la naturaleza, esa que nos robaron sin que ofrezcamos resistencia, para esos, la lluvia compone ritmos, cadencias y poesía.
Las montañas susurran verdades ancestrales e historias eternas:
La belleza está en cada rincón:
Y el trabajo de cada ser vivo es una nota más en la partitura que el mundo toca con sabiduría desde antes que llegásemos y que seguirá sonando mucho después que nos hayamos fundido con él:
La puerta siempre está abierta para quienes quieren empezar el reaprendizaje de que somos uno con el mundo, piensa. Desde ese momento inexacto en que entendió que nos robaron la naturaleza pero que ella aún está esperando que vayamos a su encuentro, ya había cruzado el umbral y traspasado hacia un nuevo camino que lo llevaría de vuelta a lo natural.
Todas estas fotos hermosísimas fueron tomadas en Golondrinas, El Bolsón, Argentina por el Fotógrafo Juan Martín Casalla para Tirito Fims
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Comentar[...] cuerpo en su faceta de máquina que juega primero para alimentar al sistema. Nos fueron moldeando desconectados del entorno, y nos pusieron a andar parejito en una rutina que no sólo nos volvió ignorantes de los ciclos de [...]