El año pasado conocí a Marisa en el City Camp. Me encantó tanto su experiencia huerteando en su terraza que enseguida armamos este post juntas para aconsejar a todos los que se quisieran animar a sembrar en maceta su pequeño universo verde. El tiempo pasó, Marisa se mudó a una provincia más lejana (y más natural también) pero su espíritu huertero se fue con ella, como no podía ser de otra manera. Su contacto con la naturaleza sigue tan fuerte como siempre y por eso en este post quiero compartirles algo que ella escribió.
Es un texto muy hermoso que espero que les guste como a mi. Se trata de su amor por los girosoles, siendo el de la foto uno de los que han florecido en su terruño.
Siendo mi flor preferida, es natural que sembrara girasoles en mi casa nueva. No es por las semillas que tanto me gustan, ni por su aceite. Me impactan por su grandeza, su esencia rústica, refinadamente silvestres. Con total sabiduría, se dirigen hacia el sol, desde su más tierna infancia.
Fiel a mi estilo, sembré por todos lados, con poco orden y casi nula preparación teórica. Se dice que el mismo error conduce siempre a los mismos fallidos resultados… Pero fijate: los primeros que sembré con la ilusión de tener una hilera amarilla en la entrada de la casa brotaron rápidamente y, a los días nomás, se los comieron las hormigas. Resultado: ninguno en el frente.
Otra tanda fue ubicada despreocupadamente, haciendo pocitos en la tierra, aquí y allá, para que el Universo decidiera cuales si, cuales no. Resultado: solo algunos prosperan, y muy lentamente. Serán indiscutibles puntos de referencia en el parque.
Están los que, directamente, no germinaron. Y los que accidentalmente se cayeron de la bolsa y crecieron en lugares absurdos. Algunos son pisoteados regularmente, otros se unieron en un ramillete que promete ser la gloria. Los que puse en la huerta, y que riego todos los días merecen un comentario especial: después de haberlos sembrado, leí que podían usarse como “sombrilla” para las verduras de hoja. Asumiendo mi falta de previsión, me apuré a colocar una nueva fila que cumpliera ese objetivo. Sin embargo, no están respondiendo bien. En el misterio de la vida, ellos, que tienen una función de utilidad, se hacen desear, se ven frágiles y desnutridos.
Sorprendentemente, los que tontamente ubiqué solo para poder verlos desde la ventana, están bellísimos, vigorosos y a poco tiempo de abrir sus flores. A ellos les dediqué el amor más puro: el de esperarlos para apreciar su belleza.
¿Por qué si fueron sembrados el mismo día y son regados todos juntos hay unos más grandes que otros? ¿Por qué algunos más chiquitos están sacando la flor antes que los mas grandes? No tengo yo la respuesta.
Síntesis de mi observación de las condiciones de su crecimiento:
1. No crecen simultáneamente, aun cuando fueron sembrados el mismo día.
2. Dependen de muchos factores para su desarrollo, y la mayoría de estos, no dependen de mi.
3. Algunos de los que daba por perdidos, repuntaron solitos de un momento a otro.
4. No todos llegan a florecer. Algunos se pierden en el camino
5. Hojas, tallos y flores saben donde esta el sol. A cada hora y todos los días.Cualquier semejanza con el alma humana… es una simple y deliberada coincidencia.
Estas son dos langostas que aparecieron luego de una tormenta entre las plantas de Marisa:
Y esta es ella, en su patio:
¡Gracias Mari por dejarnos compartir tus sentimientos!
PD: La primera foto la sacó Santi durante el viaje a Rosario, antes de leer esto que escribió Marisa. ¿Casualidad?
8Comentarios
Comentar